Don Juan Tenorio (1844)
condujo a la cima de la popularidad a José Zorrilla. La historia de la
génesis de la obra es, cuando menos, curiosa: a principios de 1844, el
actor Carlos Latorre pedía insistentemente a Zorrilla una obra para
estrenarla en el Teatro de la Cruz. Bastaba con que refundiese alguna
comedia del Siglo de Oro y Zorrilla se dispuso a realizarlo, para lo
cual retomó parte de un texto que había redactado en 1840 y en veinte
días remató la obra. Se trataba de la refundición de El burlador de Sevilla y convidado de piedra, una pieza dramática atribuida a Tirso de Molina.
La comedia de Tirso fue imitada y
recreada por autores de toda Europa, algunas de cuyas obras tuvo en
cuenta Zorrilla para introducir cambios en su Tenorio respecto al modelo
principal. El arrepentimiento final de don Juan, por ejemplo, lo tomó
de la comedia dieciochesca No hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague,
y convidado de piedra (1714), de Antonio de Zamora; el episodio de la
monja o la novicia que sale a su encuentro para salvarlo está inspirado
en la tragicomedia Don Juan o el Festín de Pierre (1665) de Molière.
Zorrilla también había leído otras dos obras francesas que influyeron en la suya: la novela Las almas del purgatorio (1834) de Prosper Mérimée, y la comedia Juan de Mañara o La caída de un ángel
(1836), de Alexandre Dumas. Ambos se habían inspirado en el personaje
de don Miguel de Mañara, como Tirso de Molina se había inspirado en un
personaje histórico real en su comedia.
En la segunda parte de Don Juan Tenorio, que está dominada por el tema de la muerte, se pone de manifiesto la influencia de tres obras: Hamlet (1603), de William Shakespeare; Anochecer en San Antonio de la Florida (1838), de Enrique Gil y Carrasco, y El estudiante de Salamanca (1840), de José de Espronceda.